Hay una ballena en la ventana

Hay una ballena en la ventana

Un viaje por Puerto Madryn y Península Valdés, maravilla natural argentina.

Quien jamás visitó Puerto Madryn podría pensar, con cierta lógica, que las ballenas sólo pueden verse en lugares muy específicos, zonas reservadas a las que se logra acceder de manera limitada.

Nada más alejado de eso… Con detenerse unos segundos frente al mar desde la rambla céntrica alcanza: está ahí nadando, saltando, jugando, a pocos metros de la zona más edificada de la ciudad ubicada en Chubut a unos 50 kilómetros de Trelew.

Es decir, que si se tiene la suerte de alojarse en un hotel o departamento que tenga aunque sea una mínima vista al mar ahí estarán, a toda hora. Sí: en Madryn puede decirse que se ven ballenas por la ventana.

Pero ya retomaremos lo que tiene que ver con ellas. En lo cultural, la influencia galesa está omnipresente, manteniendo vivo el legado de aquellos primeros colonos que llegaron a esas tierras inhóspitas en la segunda mitad del siglo XX. La bandera de Gales flamea junto a la Argentina a pocos metros de las cuevas que los europeos habían utilizado para refugiarse durante los primeros años de su estadía, muchas de las cuales aún se conservan.

Junto a las cuevas, el monumento al tehuelche une a la corriente inmigratoria con la cultura originaria, afirmando el crisol que decantó en la Patagonia actual. Gales volverá a aparecer en Trelew (“pueblo de Luis”, en ese dialecto) y sobre todo Gaiman, esa pintoresca comunidad cuyas casas de té deleitaron a Lady Di en la década del ’90.

La ruta nos lleva a la playa El Doradillo, a apenas 15 kilómetros de distancia, un lugar que no tiene parangón en el mundo debido a la gran cantidad de ballenas que pueden observarse más cerca de la costa que en ninguna otra parte. Además, el paseo es abierto y gratuito, dato no menor.

La consigna para disfrutar de El Doradillo es no hacer nada, paradójicamente: alcanza con sentarse en la arena morada o en alguna roca para sólo contemplar a la fauna marina que va y viene de un lado al otro. Si hasta se escucha la respiración de los cetáceos mezclado con el tronar de las olas. Una experiencia hipnótica y que trasmite una tranquilidad incomparable.

A su vez, aquellas personas que quieran tener una vivencia aún más cercana tendrán la posibilidad de hacer el avistaje embarcadas en pequeños navíos, partiendo de Península Valdés, a la que se llega luego de unos 90 minutos de viaje (manejar con cuidado… ¡camino lleno de guanacos!).

La península es una maravilla natural en sí misma, con sus lobos marinos, acantilados y pingüinos. La navegación es la frutilla del postre y vale la pena. Consejo: siempre por la tarde, cuando sube la marea.

En la calma del mar, a unos 100 metros de distancia con las ballenas los motores se apagan y el barco avanza por inercia. Los cetáceos lo saben y, lejos de tomar una actitud hostil o simplemente irse, hacen lo contrario: se acercan, parecen tener ganas de “jugar” con esos seres extraños que durante un rato llegan a su territorio.

Cada vez se acercan más… En su mayoría son hembras junto a sus crías, o bien ejemplares juveniles, por lo tanto más curiosos que los adultos. Los lomos se dejan ver con sus callosidades, las aletas se asoman con más frecuencia, hasta que nos damos cuenta de que una ballena pasa por debajo del pequeño barco. Tensa calma hasta que es vista del otro lado.

Algunas se acercan tanto que hasta sería posible tocarlas, pero los pasajeros sólo se limitan a asombrarse, registrar imágenes y lanzar alguna expresión de sorpresa. 

Y, para hacerlo aún más satisfactorio, el guía lanza un dato alentador: en este rincón del mundo, la ballena franca austral aumenta su población hasta un 7% anual. En Puerto Madryn, Península Valdés y alrededores hay maravilla natural para rato.

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Lic. Alejandro Lafourcade
revista 4Estaciones