El DGP se utiliza para comprobar si un embrión es normal desde un punto de vista genético. Las utilidades reales de esta herramienta son dos: aumentar las posibilidades de éxito de la fecundación in vitro, puesto que un embrión sano tiene más probabilidades de implantarse en el útero, y evitar enfermedades monogénicas hereditarias.
Tres días después de la punción ovárica y de la fecundación del óvulo por un espermatozoide, es decir, cuando el embrión posee entre 6 y 8 células, se procede al DGP. En primer lugar, se realiza un orificio en la zona pelúcida (membrana externa) del embrión y se aspira un blastómero o célula. Se analizan los núcleos marcando sus cromosomas con sondas fluorescentes o se amplifica su ADN para buscar distintas mutaciones. El resto del embrión sigue en cultivo para ser transferido al útero de la mujer en cuanto se conoce el diagnóstico.
El DGP está indicado si uno o ambos miembros de la pareja son portadores de alguna enfermedad genética hereditaria, si son portadores de alguna anomalía genética, si han experimentado un fracaso repetido en diversos ciclos de FIV (fecundación in vitro) o ICSI (inyección de espermatozoides en el óvulo), si la mujer ha padecido diversos abortos espontáneos de repetición, si hay antecedentes de un embarazo aneuploide previo (causante, por ejemplo, del síndrome de Down). A veces se lo recomienda en las mujeres mayores de 37 años.
Existen tres tipos de enfermedades monocigóticas que se pueden evitar a través del DGP: las autosómicas recesivas (como la fibrosis quística), las autosómicas dominantes (como él síndrome de Marfan) y las ligadas al cromosoma X (como la hemofilia A).
Actualmente se pueden detectar en los embriones no sólo enfermedades sino mutaciones genéticas que predisponen a desarrollar alguna patología en el futuro. Se está avanzando tanto en esta técnica que es difícil predecir los límites del DGP.
